Miedo, esa palabra que con sólo nombrarla entramos en estado de “xoc”. Que nos atrapa y paraliza todas las partes de nuestro cuerpo y nuestra mente.
Esa sensación que ahoga, que asfixia, que bloquea nuestro pensamiento y lo hace entrar en bucle. Esa espiral descendente que te arrastra hasta las profundidades de tu ser, aquellas que no querías ver ni reconocer por que hasta ese momento te habías dedicado a crear personajes irreales para poder pasar por la vida desapercibida, sin hacer mucho ruido, como un camaleón que cambia de color según en el entorno en el que se encuentra, olvidando mostrar sus verdaderos colores.
Miedo a sentir, a mostrarte realmente, a aceptarte con todos tus defectos y tus virtudes. Miedo a mostrar tu verdadero “yo”, a soltar tu risa cada vez que te apetezca y más miedo aún a que se puedan reír de tí. Miedo a llorar sin reprimir tus sentimientos ni vergüenza, y miedo a gritarle al amor. Ese que te eleva al cielo hasta tocarlo con la punta de tus dedos y te baja al más profundo infierno donde el calor es tan asfixiante que te deja sin aire.
Miedo a no saber cuando hay que bajar de ese tren en el que estás subido, acarreando el equipaje de otro para poderle hacer el viaje más cómodo y tú por amor lo llevas de un lado a otro sin preguntas ni reproches.
Miedo a apearte en una estación desconocida pero que te atrae sin comprensión a un tornado de sentimientos que te hacen volar…..
Miedo a sentir que el miedo siempre te acompañará y verlo sólo como un enemigo. Porque el miedo también te tiende la mano, sólo hay que escucharlo y mimarlo, y dejar que en el paso por la vida te muestre su lado dulce, amable, protector y dejar que se convierta en tu aliado siempre en su junta medida.
En definitiva….. Miedo a no sentir miedo.