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Experiencias Primera Persona

Mi compañera

Sólo recuerdo que estaba corriendo. Detrás de mí algo o alguien me perseguía, no entendía sus gritos que cada vez se volvían más fuertes y más dolorosos para mi cabeza.

A lo lejos, divisé una estación, de diseño antiguo como en las películas clásicas que había visto. Justo en el andén, había parado un tren. Sólo había un vagón unido a él con la puerta abierta, por lo cual no me paré a pensar y decidí subir. Las puertas se cerraron mientras yo me movía por el pasillo del vagón. Recuerdo que ese vagón tenía un diseño muy elegante. Desprendía un olor agradable, por lo cual decidí sentarme en uno de los asientos. En aquel momento giré la mirada hacía la ventanilla y pude ver con absoluto pánico a ese ser o persona cómo me gritaba, su mirada de odio me atravesó por completo, no entendía nada de lo que decía, pero pude darme cuenta que poco a poco se hacía más grande y que también su aura desprendía más dolor y sufrimiento.

Decidí mirar a otro lado y de pronto la vi; una bella mujer o ser hermoso, en ese momento me quedé extasiado contemplando cómo se acercaba a mí para luego sentarse a mi lado. “No te preocupes”, me dijo, “estoy aquí para protegerte de ese ser que te persigue”, no había acabado de pronunciar esas palabras y el tren se puso en marcha.

El viaje empezó durante los primeros momentos, muy tranquilo. Sintiéndome muy a gusto, la miré y le pregunté quién era y que hacía por aquí, ella me contestó que la llamase compañera y que no me separase de su lado. El tiempo fue pasando y cada vez que me asomaba por la ventana, veía el monstruo que me perseguía corriendo para no perderme de vista, y a cada momento que sucedía eso, mi compañera me abrazaba más fuerte. Con cada abrazo, veía con mayor dificultad el paisaje, a veces con sus brazos me tapaba mis ojos, me perdía tramos del paisaje y en otras ocasiones, sus dulces palabras hacían que me olvidase de lo que veía. No recuerdo el tiempo que pasó, pero sin darme cuenta el tren empezó a ir más rápido y cada vez los abrazos de mi compañera eran más fuertes, si en algún momento intentaba apartarme, ella apretaba con más fuerza. Llegué a plantearme que ese era mi final, no podría deshacerme del yugo donde estaba metido y quizás o seguramente no querría soltarme.

De pronto, el tren frenó en seco, sólo pude oír una voz familiar que me gritaba y noté cómo me cogían con fuerza de la mano y, sin perder ni un momento, me sacaba de ese vagón. Esa persona me hizo sentarme en un banco en frente del tren, un asiento cálido y confortable, pude ver que mi salvadora era mi mayor amor. Mientras estaba sentado, empezó a llegar más gente, familiares, amigos y personas que no conocía pero que venían a estar conmigo. De pronto, el ser maligno que me perseguía se sentó a mi lado, me quise levantar por el pánico que me entró, pero la gente de mi lado no me lo permitió. “Habla con él”, me dijeron, entonces me armé de valor y pude enfrentarme a su rostro, escuchar sus palabras, sentir su presencia…Poco a poco, este ser empezaba a cambiar, su aura oscura se volvió más clara, su mirada llena de ira se volvía más amable, su voz desagradable se volvía más dulce, su rostro cada vez era más hermoso. Llegó el momento en el que le pregunté quien era. Me miró a los ojos y me contestó: “Antes me podías llamar miedo o inseguridad, problemas o dolor”, y continuó: “Yo soy parte de ti, o, mejor dicho, yo soy el reflejo de lo que te habías convertido”. Mi cabeza no entendía nada, ¿Cómo que él era mi reflejo? Parece ser que se dio cuenta de lo que pensaba y continuó con su historia: “Yo soy tu personalidad y en función de cómo me trates, me puedo convertir en tu mayor aliado o en tu peor problema, mientras corrías, todos los problemas se abalanzaban sobre mí y me iban convirtiendo en el ser que has visto hasta hace poco”. Seguía sin entenderlo mucho.

Entonces me dijo: “Mira ahora hacia el tren, a la ventana donde estaba tu asiento”. Entonces, al girar la cabeza pude ver con horror la realidad, aquella compañera dulce y hermosa se había convertido en algo horrible. Pregunté a mi reflejo que le había pasado y él me contestó: “Querido yo, tu compañera era vista por todos como tú la estás viendo ahora”. Me sonrió, me cogió de las manos y con su mirada señaló al suelo. El suelo estaba dividido en dos partes por una delgada línea en la cual se podría leer: “Fin de tu vida”. La parte donde estaba yo sentado era brillante y hermosa, pero el otro lado de la línea que daba al andén era oscuro y horrible. Todo ello me hizo reflexionar y por fin lo vi claro: Ese tren me estaba llevando al abismo cada vez a mayor velocidad, pero por suerte hubo alguien a quien le importaba y me sacó a tiempo. En ese momento, más gente que quería ayudarme se sentó a mi lado, caras conocidas y desconocidas, me ayudaron a salvar a mi yo interior de todos mis miedos e inseguridades, me ayudaron a ser la mejor versión de mí.

Aún así, subir a ese tren tiene un precio, y ese precio es que nunca se moverá de la estación con mi antigua compañera dentro. Tengo claro que no volveré a traspasar esa línea del andén, sé a ciencia cierta que si subo otra vez a ese tren, quizás no vuelvo a bajar nunca.

Acabo mi relato saludando desde mi banco a mi antigua compañera. Ella seguirá intentando conquistarme una y otra vez, pero ahora mismo soy más fuerte y mi yo me ha perdonado. Ahora puedo mirarte a los ojos, ahora sé cuál es tu nombre, antigua compañera, tu nombre es Adicción.

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