A mediados de abril y después de muchos esfuerzos colectivos, se lograron abrir los mercados de pagès en la ciudad de Barcelona. En mi barrio hay uno, normalmente hay 4 paradas y se hace en una plaza muy conocida donde hay terrazas y nos solemos encontrar y hacer el vermut. Yo sabía que esta vez iba a ser un poco triste encontrar la plaza sin las terrazas y las criaturas corriendo, pero fui para conseguir verdura fresca, ayudar a la causa y cómo no, darme un paseíto.
Salió un día lluvioso, llegué a primera hora y allí estaban los puestos y pequeñas colas de 4 o 5 personas en los más surtidos, todo el mundo con sus mascarillas y con el distanciamiento de al menos 2 o 3 metros. En el anuncio ya se especificaba que deberías de llevar guantes, mascarilla y no tocar el género… Todo ok.
Atravesé la plaza para dejar unas bolsas de ropa que se recogían para un albergue, allí estaban algunos conocidos agentes vecinales informando al personal. Al dejar la bolsa volví sobre mis pasos para ver los puestos cuando 3 personas al unísono con sus mascarillas preguntaron:
– ¿Dónde vas?- Joer ¡qué susto!
– Aún no sé, a ver los puestos – Respondí.
Me dijeron que tenía que pasar por detrás de los puestos en un perímetro de seguridad marcado por una cinta estilo policial. Allí fui, me decidí por uno vacío y compré, después me decidí por otro y al entrar me volvieron a preguntar
– ¿Dónde vas?
– Ahora ya sé dónde voy y voy a este puesto- respondí con cierta ironía.
Me contestó que no podía pasar por allí, en diagonal con 3 personas en la cola y con suficiente espacio para pasar sin acercarme a 5 metros de nadie, me mandó a voltear el perímetro para llegar a un sitio que tenía justo delante de mí. Así lo hice, con resignación. Cuando volvía a entrar de nuevo a la cola, otra vez
-¿Dónde vas?
– Voy aquí a la cola de este puesto- Contesté con cierto enfado.
– Ok, ponte en esta raya- A unos 3 metros de la última persona.
No sé bien cómo describir cómo me sentí: enfadada, ridícula, triste… No me sentí bien tratada desde luego y lo que más dolía es que son buenas personas, muy involucradas en la comunidad, mis vecinos y vecinas. Pensé y aún pienso si no estoy exagerando y ese día estaba muy sensible porque puedo entender y entiendo que lo hacían movidos por el miedo, en este caso, el miedo a que la cosa se desmadrara y no les dejaran hacer el próximo mercado, lógico. Puedo entender incluso que a pesar de que no había casi nadie en la plaza por una cuestión de educación te hicieran seguir las normas, así el próximo día ya las sabrás… Puedo entender que son voluntarias y voluntarios que están ahí para que sea posible y para velar por la seguridad de todas las personas (seguridad, he aquí la madre del cordero…) Lo que no puedo entender son las maneras, que una mascarilla nos separe del trato humano, de la empatía… hubiera sido muy fácil preguntarme ¿conoces el sistema? Te lo explico. El sistema “borreguil” es lo que no entiendo.
Me fui de allí con muchas cuestiones a las que aún sigo dándole vueltas:
¿Es posible que yo haya tratado así a alguna persona en el ejercicio de mi profesión? Me da la sensación de que lo que yo sentí es lo que sienten muchas personas un día normal.
¿Y si simplemente asumimos el riego y confiamos en que la gente es responsable de tomar las medidas de higiene y de distanciamiento social? La información está hasta en la sopa, a estas alturas todas conocemos cuáles son las medidas de seguridad.
Creo que las medidas de seguridad hay que cumplirlas, sin rechistar, ni siquiera voy a opinar sobre si creo que son más o menos correctas. El tema está en de qué manera, cómo nos tratamos y lo que más me preocupa, cómo nos vamos a tratar. Creo que mirarnos a los ojos por encima de la mascarilla es importante, tomarnos un segundo para ver que quien tengo delante no es solo un potencial vector de contagio.
Creemos que cuidarnos y cuidar es respetar a ultranza estas medidas, pero posiblemente, cuidar y cuidarnos tenga más que ver con buscar la empatía, respetar nuestra humanidad y la del otro.